Heinz August Lunning, el espía nazi que fracasó en La Habana
Esta historia de espionaje comienza poco antes del 9 de diciembre de 1941, fecha en que la República de Cuba entró directamente en la Segunda Guerra Mundial, siguiendo la postura de Estados Unidos.
Para ese entonces, el alemán Heinz August Lunning ya llevaba un tiempo en La Habana como parte de una misión secreta. Según las descripciones a partir de fotos en las que aparecía en aquella época, este germano poseía cierto grado de obesidad y una buena cantidad de cabello. Quienes en algún momento compartieron palabras con él, se referían al europeo como un hombre frío e introvertido, pero cordial.
Hablaba a la perfección el idioma oficial del país antillano y tenía un gran conocimiento del inglés. Según se supo luego, había concluido satisfactoriamente tareas similares en otras naciones antes de aterrizar en Cuba con la encomienda de informar al gobierno alemán sobre la llegada y partida de barcos. Este señor, además, redactaría informes relacionados con el contexto socioeconómico y político del archipiélago y elaboraría un listado con las direcciones de las residencias de varios miembros del ejecutivo cubano.
El teutón había traído a La Habana varios equipos para llevar a feliz término su cometido. Poseía dos manipuladores telegráficos, tinta invisible, un radio de avanzada tecnología para enviar y recepcionar mensajes. Por estas y otras cuestiones, se dice que pudo haber sido el líder de una red de espías alemanes en Cuba.
Más tarde se conoció que, debido a su habilidad comunicativa, las informaciones, en gran parte de las oportunidades, las conseguía de ciudadanos de a pie, gente común y corriente con las que hablaba y, con el paso de las horas, empezaban a revelar los datos que necesitaba el espía.
Debido a uno de los mensajes que logró enviar hacia su alto mando, fueron hundidos varios buques que, sumados, constituían casi toda la flota comercial cubana.
Parecía que todo iba perfectamente, pero Estados Unidos y Gran Bretaña estaban preparando una estrategia sagaz. En las islas Bermudas abrieron un establecimiento destinado a recoger las cartas que eran enviadas desde el continente americano hacia otros territorios del orbe. Una de ellas comenzó a levantar sospechas.
El destinatario era un miembro de la agrupación política Falange Española, creada en 1933 bajo la tendencia fascista. Tenía escrito, con tinta invisible, una clave secreta. Varios recursos, entonces, fueron destinados para hallar el origen de tal mensaje, entre ellos, un avión capaz de encontrar fuentes de ondas radiales y establecer su ubicación. Todas las pistas indicaban que la transmisión provenía de un lugar ubicado entre la calle Belazcoaín y el puerto.
El paso siguiente era investigar a quienes recibían dinero procedente del extranjero. Lo que viene a continuación parece digno del guion de una película hollywoodense: un hombre encontró en la sucursal del Banco de Boston en La Habana una tarjeta con la firma de alguien que había recibido una equis cantidad de billetes. Decidió, entonces, llevar el papel al Correo Central para enseñárselo a varios carteros con la esperanza de que alguno recordase a quién pertenecía aquel garabato.
A uno de ellos, José Francisco Rojo, la firma le resultó familiar. Aseguró que la había estampado en la hoja uno de los huéspedes de una casa en Teniente Rey. Al compararla con otra rúbrica, ambas coincidieron y se procedió a detener a Heinz August Lunning, quien se declararía culpable por el delito de espionaje.
A mediados de septiembre de 1942 fue condenado a muerte. Fue enterrado en el cementerio de Colón y once años más tarde sus restos fueron trasladados hacia su país natal.