¿La dictadura tiene miedo? Por qué importa tanto la cancelación de ‘Vivir del Cuento’
El programa dejó de ser inofensivo, para convertirse en la leña que aviva la frustración, quizá el único combustible que el pueblo sí recibe a manos llenas
La censura en Cuba no es un tema nuevo. La censura es inherente a cualquier régimen autoritario. Lo fue en la Alemania Nazi con Hitler; con Stalin en la Unión Soviética; y lleva más de seis décadas siéndolo en la Cuba que legó Fidel Castro.
La “quema de libros”, hipotética -o literal en algunos casos-, es el sello mayor de cualquier gobierno que pretende reprimir la libertad de sus habitantes. Empiezas por coartar esa libertad eliminando cualquier obra -ficticia o no- que pueda ponerte en duda, y promoviendo tu propia versión de la historia hasta que la suficiente gente la crea y la siga, o hasta que infrinjas tanto miedo que nadie te cuestione -como ha pasado en Corea del Norte-.
En el caso de Cuba, la sombra del dictador fundador de su régimen actual se mantiene a más de 10 años de su muerte, y con ella la necesidad imperiosa de acallar cualquier voz crítica, venga de donde venga, que pueda poner en evidencia sus fallas y debilidades, sus defectos y necedades. La censura es, por así decirlo, natural.
Luego entonces, ¿por qué la cancelación del humorístico favorito de los cubanos puede llamar la atención o diferenciarse de los otros mil actos de censura de la dictadura cubana? ¿Por qué sería destacable y, más aún, por qué podría ser la evidencia más grande de la fragilidad del sistema represivo que actualmente mantiene hundida a la Isla en la miseria y -literalmente- en la obscuridad?
Porque la crítica que este show ha mantenido del gobierno de Cuba y sus representantes, a diferencia de su reciente cancelación, no es nueva. Porque por 16 años al aire el programa se encargó de satirizar la situación del país con un humor ácido que, a manera de catarsis, permitía a los cubanos decir “ja, sí somos”, y seguir adelante, soportando un poco más la escasez y la crisis en cualquiera de sus formas.
La exhibición, disimulada, pero no falseada, de la realidad cubana en el programa fue lo que lo mantuvo tanto tiempo al aire en términos de aceptación por parte del público, pero también fue lo que siempre lo tuvo en riesgo de ser cancelado, por la “incomodidad” que podría representar para las autoridades que, finalmente, controlan el canal que lo transmite.
El hecho de que, por casi dos décadas, Vivir del Cuento fue capaz de mantener su sátira social, relativamente, sin problemas, para luego ser cancelado de un momento a otro en medio de la peor crisis económica de la historia reciente del país da en qué pensar.
Cuba enfrenta una realidad que, quizá por nunca haber salido, sus habitantes parecen no alcanzar a dimensionar totalmente: la escasez de alimento a la que el país está sometido; la mala calidad de los alimentos de los que sí dispone; los apagones de 8, 10 o 20 horas diarias en varias partes del país, a veces en simultáneo; la falta de garantías para su población en cualquier ámbito que represente una vida digna…
Y aunque siendo una Isla el gobierno pudo mantener, precisamente, aislada a su población por mucho tiempo, los tiempos cambian. La difusión acelerada en redes sociales de cualquier tema de denuncia, así como la forma en que cada vez más personas son conscientes de cómo se vive fuera de país, incluyendo todo aquello a lo que podrían tener acceso, es algo que al régimen no le es indiferente.
¿Cuándo antes se tuvo la difusión de ahora si en una provincia moría una decena de bebés en un hospital cubano por negligencia o por falta de insumos? ¿Cuándo antes se pudo denunciar en tiempo real que un herido grave debió ser llevado en carretilla porque las ambulancias son reservadas para el turismo? ¿Cuándo el propio régimen se había puesto tan en evidencia a sí mismo, presumiendo cómo desperdicia combustible en marchas inútiles mientras mantiene a sus ciudadanos a obscuras por pura vanidad?
La chispa encendida por Patria y Vida en 2021 no quedó ahí. El descontento crece, lento, pero seguro, y el cubano va siendo consciente -aunque quizá no por completo todavía- de que unirse para protestar, quizá en un tono menos pacífico que las veces anteriores, podría tener resultados.
La oposición sigue creciente, aunque sea solo de palabra, tanto fuera como dentro de la Isla, y los problemas siguen en aumento: cada vez mayor inflación, cada vez menos energía, cada vez más preferencia por los visitantes del extranjero y más recursos acaparados para su satisfacción por sobre el mero bienestar de la propia población.
Y claro, sale más barato eliminar las voces que se contraponen -al menos a las que tienen acceso-, que cambiar su forma de “gobernar” para hacerlo en favor del pueblo.
Por eso los “chistes” y “referencias graciosas” de Vivir del Cuento ya no son inofensivos. El programa dejó de ser algo que pueda ignorarse o minimizarse para convertirse en la leña que aviva el descontento y la frustración -quizá el único combustible que el pueblo sí recibe, de diferentes fuentes, a manos llenas-, y su cancelación se convierte en el preludio de una represión que seguirá extendiéndose y fortaleciéndose.
Lo que el régimen quizá no ha calculado, es que esa represión no es más que una grieta en su sistema, un anuncio latente, casi fluorescente, de su debilidad y de su miedo.
Porque ya no puede costearse el reconocer cualquier flaqueza, y ya no puede pretender que la crítica social, incluso una tan sutil como la de un “simple” programa cómico que él mismo transmitía, ya no le hace daño.
Porque con una oposición más activa, un descontento cada vez más grande, y una visualización más sencilla y veloz de todas las dificultades del país, la dictadura ya no puede darse el lujo de tener críticos en “su propia casa”, o en este caso, en su propio canal. Así que Vivir del Cuento quizá termina, pero tengan por seguro que algo más apenas está empezando.