La hipocresía de Lenier Mesa: de revolucionario a opositor a conveniencia
Tras múltiples muestras de desprecio al exilio, el cantante mostró que no puede vivir sin la oposición, pero ¿necesita Cuba realmente a famosos como Lenier?

El reguetonero cubano Lenier Mesa parece haber dado su brazo a torcer. Luego de casi dos años despreciando a la oposición, dedicándole mentiras, videos, publicaciones y hasta una canción, el cantante parece por fin haber cedido a la presión del exilio y vuelve arrastrándose a su vieja imagen de disidente.
Mesa, que llegó célebre a Miami, pero que debe mucho de su éxito fuera de la Isla a sus primeras colaboraciones de tinte contestatario, como S.O.S. Cuba, parece querer colgarse nuevamente de la popularidad que confiere el clásico grito de “viva Cuba libre”, como mostró en uno de sus conciertos más recientes.
En los videos repartidos por redes sociales, puede apreciarse al cantante urbano pidiendo por la libertad de su país natal e insultando a su actual dirigente, Miguel Díaz-Canel, una actitud muy diferente de la que se le ha visto en los últimos años, lo que no es de extrañar, considerando lo poco relevante que ha sido su música desde su gran escándalo.
Y es que aunque el público que lo acompañó en su concierto de Naples parece haberlo olvidado, Mesa protagonizó un escándalo que duró meses en el verano de 2023, cuando viajó a Cuba para asistir al festival de música organizado por la dictadura, el Santa María Music Fest, en compañía de sus entonces amigos Tekashi 6ix9ine y Yailin La Más Viral.
En aquel entonces se defendió con que no pretendía cantar ahí y que solo fue de visita por un día, sin embargo, conforme avanzó la semana, fueron saliendo a la luz imágenes de él en diferentes eventos, de fiesta, gozando los alimentos, bebidas, la corriente ininterrumpida y otros lujos de esos que el régimen le niega a su pueblo, pero que reserva con gusto para los turistas que, como Lenier, llegan pagando en dólares.
Y bueno, el resto es historia: su victimización por las críticas que recibió; el nunca aceptar la responsabilidad de haber mentido, pues el cantante hasta “enfermó” a su abuelo para usarlo de excusa para su viaje, pese a que el anciano vivía a más de 4 horas de distancia del festival; y la burla flagrante que hizo a sus compatriotas, primero insultando su inteligencia queriendo mentirles cuando toda la evidencia lo señalaba, y luego aceptando que sí, que viajó a Cuba porque quería y que lo seguiría haciendo “cuando se le diera la gana”.
El incidente del festival en Cabo Santa María dejó al descubierto una cara completamente nueva de Lenier, y quizá la única verdadera, al exponerlo como alguien egoísta que solo veía por sus propios intereses, y como alguien capaz incluso de golpear a quien dijera la verdad sobre él.
Y es que tampoco se olvida el escandaloso ataque que protagonizó junto a su amigo, el empresario convicto Boris Arencibia, en contra del youtuber Ultrack, por criticarlo precisamente por lo que estoy describiendo. El influencer incluso afirmó haber puesto una demanda en su momento.
Con todo lo anterior, y considerando las muchas vistas y los muchos “follow” que deja el ponerse la bandera de Cuba, no es de extrañar que Lenier haya decidido “volver al camino”, ponerse la camiseta de opositor que había jurado no volver a levantar, y gritar “Díaz-Canel s*ngao” -claro, dejando el insulto al público-, lo que verdaderamente sorprende es la corta memoria del cubano en el exilio, o su brutal indiferencia al contexto en que su gente vive todavía.
Y es que con semejante historial, cabría cuestionar, ¿es realmente la música de Lenier tan indispensable? ¿Es su legado musical tan valioso e inolvidable como para no ser reemplazado por otro de sus compatriotas o incluso por alguien del extranjero? ¿Es verdaderamente necesario seguir asistiendo a sus conciertos y financiando a una persona que le miente a su público, que amenaza a sus detractores y que prácticamente escupió en la cara de la oposición que sí defiende de verdad la libertad de su país?
Para que un mensaje llegue verdaderamente, uno de los cambios indiscutibles sería dejar de idolatrar a los personajes que consienten todas las acciones del régimen; aquellos que no solo no lo denuncian, sino que cooperan con él porque los deja grabar sus videos o transmitir desde sus calles -como si ese no fuera un derecho básico en cualquier otro país- ; aquellos que fortalecen la idea de que la situación no es tan severa por llevar una armoniosa vida entre Cuba y la ‘yuma’, entrando y saliendo cada vez que quieren y gozando solo lo mejor de ambos mundos a cambio de mantenerse “neutral”.
Los artistas con esta postura, como Lenier, afirman que es extremista reclamarles por su postura, pero no existe la “neutralidad” cuando se habla de opresión, porque cuando un grupo -y en este caso un pueblo entero- se encuentra víctima de alguien con más poder, la inacción resulta igual que el consentimiento.
Dicen que “no es su asunto” porque son “cantantes/actores/músicos” y no están “en la política”, pero en un caso como el de Cuba, donde el gobierno prácticamente tiene secuestrado un país, es natural que todo lo que salga de ahí tenga tintes políticos, y es innegable que las figuras influyentes que de ahí vienen tienen la responsabilidad social de pronunciarse, aunque sea de palabra, porque mantenerse “neutral” envía un único mensaje: “está bien, la situación no me afecta directamente, así que no me importa”.
Cuba y su causa ya no están para medias tintas, se encuentra en un punto en el que quienes han logrado establecerse en el exterior tienen que decidir si realmente quieren convencer al mundo de que su gobierno es un tirano opresor que mantiene sumido al país en la miseria, o dejar que se siga expandiendo la versión del régimen, sobre cómo es solo una “pobre víctima” de EEUU; decidir si quieren tomar una verdadera postura crítica que visibilice su situación y la de su gente, o mantenerse viendo videos y escuchando canciones de famosos que, como Lenier, solo usan el “viva Cuba libre” como un mero slogan promocional.